Cartas a mis hijos – ¿Por qué este blog?
- Paola Carrillo-Bustamante
- 25 jun
- 2 Min. de lectura
Crecí en Ecuador, la menor de tres hermanos y la única mujer, en un país profundamente católico. Desde muy joven, viví experiencias distintas a las de mis hermanos. Los roles y responsabilidades asignados a las mujeres eran claros, y me enseñaron a asumirlos con naturalidad. Pero siempre tuve la sensación de que algo no estaba bien. No se trataba solo de que yo tuviera que lavar los platos con mi mamá y mi abuela mientras mi papá y mis hermanos descansaban. También eran los mensajes de sumisión y adaptación que me daban como guía para sobrevivir en este mundo. Las mujeres debíamos ser “agradables” y calladas, vestirnos con decencia y “comportarnos bien”. Nunca hablábamos de sexo ni de nuestros cuerpos, y todo lo relacionado con la biología reproductiva se mantenía en secreto frente a los hombres de la casa.
A los 19 años me fui de Ecuador para estudiar en Alemania. Muchos de los problemas de mi infancia ya no estaban presentes (los hombres en Alemania parecían más dispuestos a compartir las tareas del hogar), pero encontré nuevos desafíos. Estudié Ingeniería, y ser una de solo 10 mujeres en una clase de 350 no fue fácil. En una clase de desarrollo profesional, escuché que “para tener éxito, hay que ser lo más masculina posible”. Muchas personas creían que yo estaba allí gracias a una cuota de género, y no por mis propios méritos.
Mientras avanzaba en mi carrera, me fui dando cuenta de que las mujeres enfrentan diferencias sistémicas a lo largo de toda su vida. Y que al formar una familia, la maternidad se convierte en otro recordatorio —biológico y social— de cuán diferente es la vida para nosotras.
Me sentía frustrada, porque no podía hablar de esto con muchos hombres. Para la mayoría, el feminismo era un tema ya superado. Me desmoralizaba cada vez que intentaba expresar una idea y no era tomada en serio.
Y entonces la vida me regaló dos hermosos hijos. Pensé: quiero enseñarles, desde el amor, lo que han sido mis experiencias, y cómo también pueden sentirse otras mujeres.Y quiero empezar por lo más básico: la experiencia de vivir en un cuerpo femenino. No se trata de que se sientan menos frente a las mujeres, ni que carguen con culpa por sus privilegios. Se trata simplemente de crear conciencia.
Espero que estas cartas les sirvan de guía para crecer con sensibilidad ante los privilegios que aún tienen (como no tener que pensarlo dos veces al cruzar un callejón oscuro), y que les ayuden a construir relaciones e interacciones basadas en la empatía y el respeto.
Creo profundamente que esta conciencia los convertirá en mejores amigos, parejas y personas.
Soy consciente de que este relato es parcial, basado en mi experiencia como mujer latina criada en valores católicos. Existen muchos otros grupos cuyas vivencias no conozco del todo. Pero mi propósito es enseñar a los niños a reconocer la experiencia de las mujeres, con la esperanza de que esa conciencia se extienda más allá de los dos géneros.
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